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viernes, 27 de septiembre de 2013

La palabra de Dios el único fundamento de la fe 1° Parte



Introducción

“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti. 3:16). Las Sagradas Escrituras son el manual, el mapa, la guía que Dios ha dejado a la humanidad para revelar su carácter, sus planes y su voluntad.

Sus enseñanzas han transformado la vida de las personas, es el libro más amado, aunque también el más odiado y en sus páginas están los principios que Dios espera que modelen nuestro carácter.

El único fundamento seguro para cimentar nuestra fe son las Sagradas Escrituras, conservando la pureza de sus doctrinas. La regla para interpretarla es que la Biblia se interpreta a sí misma. Sin la ayuda del Espíritu Santo su interpretación es desviada de los propósitos divinos que tiene y en cambio se ponen “mandamientos de hombres” (Mr. 7:7) en su lugar.

El tema principal y en el cuál se centra este libro es la caída y restauración del hombre gracias a Jesucristo quien nos salvó por su muerte en la cruz, su victoria final junto con sus hijos y cómo es posible alcanzar esta salvación: “el justo por su fe vivirá” (Hab. 2:4).

En el siguiente esquema figuran los tópicos que estudiaremos concernientes a las Sagradas Escrituras:    

Como el tema es extenso lo dividiremos en 2 publicaciones.

La revelación divina

Por causa del pecado, el hombre perdió su comunicación directa con Dios. Si se manifestará cara a cara moriríamos ante su santidad. Sin embargo, Él nos ama y no nos ha dejado en tinieblas, desde las primeras páginas en Génesis hasta las últimas en Apocalipsis se muestra como está interesado en buscarnos y salvarnos.

La revelación divina se manifiesta de 2 maneras:
·         En la revelación general.
·         En la revelación especial.


La revelación general es la provista por la historia, la conducta humana y la naturaleza, porque está disponible a todos y apela a la razón.

La historia atestigua sobre la veracidad de los informes bíblicos. El surgimiento y caída de los grandes imperios, las narrativas en diversas culturas sobre un diluvio, los hallazgos arqueológicos, entre otras, son evidencias históricas que respaldan a las Escrituras.

“Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros” (Is. 66:13). “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Sal. 103:13). El amor existente en las relaciones humanas atestigua también sobre un Dios que ha implantado esto en nosotros. La ciencia no es capaz de explicar el amor (aún en animales) y esto es totalmente contrario a la evolución que enseña “la supervivencia del más apto”.

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1:20).

La perfecta adaptación de las variables para que exista vida en nuestro mundo, atestigua de un diseño inteligente por parte de Dios nuestro Creador. La belleza, perfección y complejidad que tienen todas las cosas creadas no pueden ser producto de la casualidad, desde las cosas más grandes como las galaxias hasta las más pequeñas como los cuarks, evidencian a nuestro Creador.

Sin embargo la lluvia puede crear torrentes que ahoguen a familias enteras. Y las relaciones humanas a menudo envuelven celos, envidia, ira y hasta odio que conduce al asesinato. El mundo que nos rodea da señales mixtas, generando más preguntas que respuestas. Revela un conflicto entre el bien y el mal, pero no explica cómo el conflicto comenzó, quién está luchando y por qué, o quién finalmente triunfará.


Para esto tenemos la revelación especial. Mediante el Antiguo y el Nuevo Testamento Dios se reveló a sí mismo ante nosotros en una forma específica, no dejando lugar a dudas en cuanto a su carácter de amor. Su revelación vino primeramente mediante los profetas; luego la revelación máxima, mediante la persona de Jesucristo (ver Hebreos 1:1,2).

Necesitamos conocer a Dios mediante Jesucristo (ver Juan 17:3), “conforme a la verdad que está en Jesús” (Ef. 4:21). Mediante las Escrituras Dios penetra en nuestras limitaciones mentales, morales y espirituales, comunicándonos su anhelo de salvarnos.

Origen de las Escrituras

La autoridad de la Biblia tanto en asuntos de fe como de conducta, surge de su
Origen. Los mismos escritores sagrados la consideraban distinta de toda otra literatura. El Apóstol Pablo se refiriere a ella como las “Santas Escrituras” (Ro. 1:2), “Sagradas Escrituras” (2 Ti. 3:15), y “palabras de Dios” (Ro. 3:2; He. 5:12).

Los escritores de la Biblia declararon que ellos no fueron los originadores de sus mensajes, sino que los recibieron de Dios. Fue mediante la revelación divina que ellos pudieron “ver" las verdades que comunicaron (ver Is. 1:1; Am. 1:1; Mi. 1:1; Hab. 1:1; Jer. 38:21).

Estos escritores señalaron al Espíritu Santo como el responsable que inspiraba a los profetas a comunicar los mensajes al pueblo (Neh. 9:30; Zac. 7:12). David dijo: “El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua” (2 S. 23:2). Ezequiel escribió: “Entró el Espíritu en mí”, “vino sobre mí el Espíritu de Jehová”, “me levantó el Espíritu" (Ez. 2:2; 11:5, 24). Y Miqueas testificó: “Mas yo estoy lleno del poder del Espíritu de Jehová’’ (Mi. 3:8).

El Nuevo Testamento reconoció el papel del Espíritu Santo en la producción del Antiguo Testamento. Jesús dijo que David fue inspirado por el Espíritu Santo (Mr. 12:36). Pablo creyó que el Espíritu Santo habló “por medio del profeta Isaías” (Hch. 28:25). Pedro reveló que el Espíritu Santo guio a todos los profetas, no solo a unos pocos (1 P. 1:10; 2 P. 1:21). En algunas ocasiones el escritor se desvanecía completamente y solo el verdadero Autor, el Espíritu Santo, era reconocido: “Como dice el Espíritu Santo...” “Dando el Espíritu Santo a entender...” (He. 3:7; 9:8).

De modo que Dios, en la persona del Espíritu Santo, se ha revelado a sí mismo mediante las Sagradas Escrituras. En un período de más de 1,500 años. Y por cuanto Dios el Espíritu Santo inspiró a los escritores, Dios entonces es el autor.

Autoridad de las Escrituras

Las Escrituras tienen autoridad divina porque en ellas Dios habla mediante el Espíritu Santo. Por lo tanto, la Biblia es la Palabra de Dios escrita. Los escritores de la Biblia testifican que sus mensajes vienen directamente de Dios (Jer. 1:1, 2, 9; Ez. 1:3; Os. 1:1; Jl. 1:1; Jon. 1:1; Mt. 1:22).

Pedro clasifica los escritos de Pablo como la Escritura (2 Pedro 3:15, 16). Y Pablo testifica con relación a lo que escribe: “Yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gá. 1:12). Los escritores del Nuevo Testamento aceptaron las palabras de Cristo como la Escritura y dijeron tener la misma autoridad de los escritores del Antiguo Testamento (1 Ti. 5:18; Lc. 10:7).

A través de todo su ministerio, Jesús destacó la autoridad de las Escrituras. Cuando Satanás lo tentaba o luchaba contra sus oponentes, las palabras “escrito está” eran su arma de defensa y de ataque (Mt. 4:4, 7, 10; Lc. 20:17).

Jesús colocó la Biblia por sobre todas las tradiciones y opiniones humanas. Amonestó a los judíos por despreciar la autoridad de las Escrituras (Mr. 7:7-9), y los exhortó a que las estudiaran más cuidadosamente, diciendo: “¿Nunca leísteis en las Escrituras?” (Mt. 21:42; Mr. 12:10,26).

Refiriéndose a las Escrituras, Jesús dijo: “Dan testimonio de mí”. “Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él” (Juan 5:39, 46). De modo que sin reservas Cristo aceptó las Sagradas Escrituras como la revelación autoritativa de la voluntad de Dios para la raza humana.

Inspiración de las Escrituras

Pablo dice: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Tim. 3:16). La palabra griega theopneustos, traducida como “inspiración”, literalmente significa “alentada de Dios”. “Dios respiró” la palabra en las mentes de los hombres. Ellos a su vez, la expresaron en las palabras que se hallan en las Escrituras. Por lo tanto, la inspiración es el proceso mediante el cual Dios comunica sus verdades eternas.

Estas revelaciones fueron incorporadas en el lenguaje humano con todas sus limitaciones e imperfecciones; sin embargo, permanecieron como el testimonio de Dios. Dios inspiró a los hombres, no las palabras.

Es porque Dios se comunica en esta forma que el vocabulario de los diversos libros de la Biblia es variado y refleja la educación y cultura de sus escritores.


En una ocasión Dios mismo habló y escribió las palabras exactas: los Diez Mandamientos. Son composición divina, no humana (Éx. 20:1-17; 31:18; Dt. 10:4,5); sin embargo, aún éstos tuvieron que ser expresados dentro de los límites del lenguaje humano.

La Biblia, entonces, es la verdad divina expresada en el idioma humano. Imaginémonos tratando de enseñar física cuántica a un bebé. Ésta es la clase de dificultad que Dios enfrenta en sus intentos de comunicar las verdades divinas a la humanidad pecaminosa y limitada. Son nuestras limitaciones lo que restringe lo que él puede comunicarnos.

Esta combinación divino-humana hace que la Biblia sea única entre toda la literatura. El Espíritu Santo preparó a ciertas personas para que comunicasen la verdad divina. Todos los escritores de la Biblia fueron hombres de naturaleza pecaminosa, que necesitaban diariamente de la gracia de Dios (ver Romanos 3:12).

Frecuentemente el Espíritu Santo comunicaba conocimiento divino mediante visiones y sueños (Nm. 12:6). A veces hablaba audiblemente o al sentido interior de la persona. Dios le habló a Samuel “al oído” (1 S. 9:15). Zacarías recibió representaciones simbólicas con explicaciones (Zac. 4). Las visiones del cielo que recibieron Pablo y Juan fueron acompañadas de instrucciones orales (2 Co. 12:1-4; Ap. 4, 5). Ezequiel observó hechos que ocurrieron en otro lugar (Ez. 8).

En la siguiente publicación analizaremos los siguientes tópicos.

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