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viernes, 27 de diciembre de 2013

El Santuario y el plan de salvación parte 2



El candelero de oro (testificación)

Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).

El candelabro era indispensable para el continuo servicio que presentaban los sacerdotes en el Santuario. Dios les encargo que cuidarán que nunca se apagara este candelabro (ver Éxodo 27:20,21). Sin la luz que emitía no podían ministrar (tropezarían con todo y no verían nada). Un cristiano sin la luz de Cristo en su vida no puede ministrar a otros y caerá.

Es interesante notar que el candelero tenía 7 brazos y 9 manzanas (ver Éxodo 37:17-24). El 7 en la Biblia representa que algo es pleno y completo, además es el número de Dios. Y las 9 manzanas representan los 9 frutos del Espíritu Santo que el creyente tiene que tener en su vida para poder testificar (ver Gálatas 5:22,23).

Jesús nos enseñó “vosotros sois la luz del mundo” “así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (ver Mateo 5:14-16). El cristiano que está en el proceso de salvación tiene que testificar continuamente por medio de su testimonio diario.

Los cristianos que no tienen una vida de continua testificación se vuelven fríos y egocéntricos. El verdadero creyente tiene que ganar nuevos discípulos para que su fe y su consagración a Dios no decaigan y lo corrompan.

El altar del incienso (una vida de oración)

Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos” (Ap. 5:8).

El altar del incienso está colocado enfrente del lugar Santísimo, donde se manifestaba la presencia de Dios, en medio de su pueblo, esto nos muestra la cercanía con Dios de este ritual. Era deber del sacerdote quemar incienso continuamente, era un rito “muy santo a Jehová” (ver Éxodo 30:1-10).

Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos” (Ap. 8:4). El incienso es un símbolo de la oración. Estas suben ante la presencia de Dios. El cristiano tiene que tener una vida de continua oración a Dios.

“Sin oración incesante y vigilancia diligente, corremos el riesgo de volvernos indiferentes y de desviarnos del sendero recto. Nuestro adversario procura constantemente obstruir el camino al propiciatorio, para que, no obtengamos mediante ardiente súplica y fe, gracia y poder para resistir a la tentación” (Ellen G. White, El Camino a Cristo pág.95).

Más el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración.” (1 Pe. 4:7). El poder de lo alto está a nuestro alcance por medio de la oración, esta nos revitaliza y nos da fortaleza. Debemos como sacerdotes de Dios interceder y orar por aquellos que lo necesitan. Un cristiano que descuida la oración pierde la fe y la confianza en Dios.

El arca del testimonio (vivir en completa conformidad con Dios)

Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15).

El arca del testimonio tenía una cubierta con 2 querubines llamada “propiciatorio” y dentro del arca estaba una muestra de maná, la vara de Aarón y los 10 mandamientos que Dios le dio a Moisés (ver Éxodo 25:10-22; Hebreos 9:4).

El propiciatorio es un símbolo de la sangre de Cristo que purifica totalmente nuestras vidas “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos” (1 Jn. 2:2,3). En estos versículo vemos como están vinculados el propiciatorio y los mandamientos como en el Santuario.

El maná es un símbolo del “pan vivo que descendió del cielo” (Jn. 6:51). Cuando los israelitas estaban en el desierto y no tenían que comer Dios les dio el maná (ver Éxodo 16). Dependían completamente de la providencia divina, así en el plan de salvación de Dios tenemos que aprender a depender y confiar totalmente en sus promesas, y a obedecer sus instrucciones (que no nos pase como a los israelitas que no obedecieron la orden de Dios con respecto al maná).

La vara es un símbolo de la corrección e instrucción de Dios con su pueblo: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Sal. 23:4). El Señor es nuestro pastor, la vara que usa el pastor servía para proteger a las ovejas de animales salvajes, y para guiarlas por el camino. El propósito de Dios en el plan de salvación es dirigirnos e instruirnos “Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre” (Sal. 23.3).

Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Ecl. 12:13). Es el propósito de Dios para la salvación, escribir sus mandamientos en las tablas de nuestro corazón (ver Ezequiel 36:26-28; Hebreos 10:16) para que nuestra vida sea un testimonio de que Dios mora con su pueblo y se cumpla así el propósito del Santuario.

Además Dios va a salvar al pueblo que cumple los requisitos del siguiente versículo: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Ap. 14:12; ver también Apocalipsis 12:17; 19:10).

Un plan perfecto

Solo aquellos que recorren el camino de la salvación hasta el lugar Santísimo forman parte del pueblo de Dios. Este proceso de santificación y salvación fue divinamente instituido y no podemos omitir o cambiar el orden de cualquiera de estos elementos.

Existen muchos cristianos cuya experiencia no es correcta porque han llegado al bautismo, pero no han entrado al Lugar Santo y tomado las riquezas que se encuentran ahí: el estudio de la palabra, la testificación y la oración. Un cristiano que no practica estas cosas está destinado al fracaso espiritual.

Y por el contrario, un cristiano que las practica crece en gracia y en amor “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13).

Cristo el único que nos da salvación

En todos los elementos del Santuario en el plan de salvación Cristo esta prefigurado, porque es “el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14:6). El creyente debe estar enteramente vinculado con Cristo para poder ser salvo. Por medio de la fe que obra por el amor.

Finalmente en el Santuario, está representada la cruz de Cristo como el único medio de salvación:
Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4:12). Solo Cristo puede darnos la salvación, los elementos que hemos estudiado del Santuario tienen como propósito enriquecer y acrecentar nuestra relación con Cristo para que cuando el vuelva encuentre “una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef. 5:27).

Cristo “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tit. 2:14). Cristo viene por aquellos que lo aman y lo testifican por una fe que obra por el amor.

jueves, 19 de diciembre de 2013

El Santuario y el plan de salvación parte 1



Pasos a la salvación ilustrados

El tema del Santuario es vital en la experiencia cristiana porque ilustra el plan de Dios para la salvación de las personas. Ilustra los pasos que debemos seguir si queremos estar en completa unidad y comunión con Dios.

Este es un esquema del Santuario en el cuál se ilustran los elementos más importantes en este proceso:

Este tema es sumamente extenso, y podríamos analizar con mucho detalle y detenimiento cada símbolo del Santuario: sus medidas, sus materiales, los tipos de sacrificios, etc. Pero solo explicaremos brevemente el simbolismo de los elementos numerados y su relación con el plan de salvación.

La puerta (oír la voz de Dios)

Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Jn. 10:7,9).

El primer paso para la salvación es escuchar la voz de Jesús, aceptar sus enseñanzas. Pero para escuchar su voz hay que conocerlo, hay que empezar a tener fe de que es el Salvador del mundo: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17). Tenemos que escuchar las buenas nuevas de salvación: el evangelio (ver 1 Pedro 1:18-21).

En el Santuario todo lo que estaba adentro es santo. Al aceptar a Jesús en nuestras vidas comenzamos ese camino de santificación. En otras palabras, todos aquellos que no aceptan a Jesús que es “el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14:6) no serán santificados y por lo tanto no podrán ser salvos.

El altar del holocausto (aceptar la muerte sustitutiva de Cristo)

Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Co. 15:3).

No es suficiente con oír la voz de Jesús, tenemos que aceptar su sacrificio expiatorio para poder ser salvos. En el altar del holocausto se sacrificaban animales para perdonar los pecados (ver Levítico 1) esto es un símbolo de la muerte de Cristo.

El pecador tenía que entrar al Santuario, confesar sus pecados y luego matar al animal, luego este era quemado en el altar del holocausto. En el plan de salvación de Dios tenemos que confesar nuestros pecados, abandonarlos y por fe aceptar que Cristo los perdona al haber muerto en nuestro lugar “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Pe. 3:18).

El lavacro (renunciar al pecado)

Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hch. 22:16).

El lavacro o fuente era donde el sacerdote se limpiaba para poder entrar a oficiar en el Lugar Santo. El elemento importante aquí es el agua que contenía, que nos hace alusión a la pureza y limpieza (ver Salmos 51:2; Ezequiel 36:25).

El bautismo es el compromiso que nos vincula a Cristo al purificar nuestras vidas del pecado por medio del agua. Es la aceptación pública y consiente de que renunciamos a una vida pecaminosa y ahora renacemos a una vida nueva en Cristo (ver Marcos 1:4; Romanos 6:1-6; 1 Pedro 3:20,21).

Este paso es fundamental para la salvación. Cristo enseño: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mr. 16:16). Sin embargo no es lo último en el plan de salvación, tan solo es el inicio de una nueva vida (ver 1 Corintios 10:1-12).

Al bautizarse una persona ahora forma parte del pueblo de Dios y del “real sacerdocio” para “ministrar” ante el Señor a favor de otros: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pe. 2:9).

La mesa con los panes (alimentarse de la Palabra)

Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (Jn. 6:51).

Este pan era colocado por los sacerdotes continuamente ante el Señor (ver Levítico 24:5-9) y era un testimonio del pacto perpetuo entre Dios y su pueblo.

Jesús es el verdadero pan del cual debemos alimentarnos ¿cómo? “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4). “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39).

El cristiano tiene que alimentarse continuamente de las Sagradas Escrituras para crecer y desarrollarse espiritualmente. Así como la comida nos mantiene vivos y sanos es indispensable el alimento espiritual para nuestra vida espiritual.

En la próxima publicación analizaremos el candelabro, el altar del incienso y el arca del testimonio, y como todos los elementos del Santuario señalan al único que puede darnos Salvación.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Lecciones espirituales de Jonás 1:4-6



La tempestad

“Pero Jehová hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave” (Jon. 1:4).

“Jehová hizo levantar un gran viento en el mar”. Dios es el Creador y el dueño legítimo de la naturaleza. Los elementos y las criaturas obedecen su voz. No está limitado por las leyes naturales, más bien Él las rige y las controla: “Truena Dios maravillosamente con su voz; Él hace grandes cosas, que nosotros no entendemos. Así hace retirarse a todo hombre, para que los hombres todos reconozcan su obra” (Job 37:5, 7).

Siempre que Dios levanta una tempestad es con un propósito: “Asimismo por sus designios se revuelven las nubes en derredor, para hacer sobre la faz del mundo, en la Tierra, lo que él les mande. Unas veces por azote, otras por causa de su tierra, otras por misericordia las hará venir” (Job 37:12, 13).

Lamentablemente solo en la tempestad muchas personas son susceptibles a oír el llamado de Dios: “En una o en dos maneras habla Dios; Pero el hombre no entiende” (Job 33:14). Solo hasta que el hombre está cansado de correr y de huir de Dios, cuándo ya no hay más remedio algunos oyen el llamado, tal como lo hiciera el ladrón en la cruz.

En el caso de Jonás esta tempestad fue por misericordia, Dios quería hacerlo reflexionar. Y aún fue por causa de los marineros, para que ellos reconocieran al verdadero Dios.

A veces tenemos adversidades tan grandes que pensamos “que se partirá la nave” de nuestra existencia, pero este relato nos enseña que Dios está al control de todo y tenemos esta promesa: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co. 10:13).

¡Que bendición habría sido para Jonás haber hecho caso a Dios desde el principio! ¡Cuántos problemas y necesidades se hubiera ahorrado! Y lo mismo sucede con los que persisten en vivir alejados de Dios. No es lo mismo enfrentar los problemas y dificultades solos, por nuestra propia cuenta, que a enfrentarlos con nuestro Todo poderoso Señor, que nos invita: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28).

Tiempo de clamar a Dios
“Y los marineros tuvieron miedo, y cada uno clamaba a su dios; y echaron al mar los enseres que había en la nave, para descargarla de ellos. Pero Jonás había bajado al interior de la nave, y se había echado a dormir” (Jon. 1-5).

“Y los marineros tuvieron miedo”. A veces el miedo es necesario para hacernos reflexionar, para despertarnos, para darnos cuenta de la situación de peligro en la que nos encontramos. Pero como todas las cosas tenemos que canalizarlo hacia algo positivo, de lo contrario puede destruirnos. Estamos en un peligro de Vida o muerte eternos. Por ello el enemigo nos adormece (como a Jonás) en los placeres y trabajos vanos de esta vida y no nos damos cuenta de esta realidad, miles perecen en el mundo “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef. 2:12). “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones” (He. 3:7,8).



“Y cada uno clamaba a su dios”. Los marineros estaban en peligro, y por ello clamaban a sus dioses. Nosotros vivimos en un momento difícil: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” (2 Tim. 3:1). Vivimos en los momentos solemnes cuando Cristo esta por regresar por segunda vez, y por tal motivo “vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pe. 5:8) “sabiendo que tiene poco tiempo” (Ap. 12:12).

En otras palabras, es un tiempo de intensa lucha contra el enemigo que se intensificara cada vez más, y debemos estar en comunión constante con Dios por medio de la oración para evitar que Satanás nos engañe. Jesús repite esta exhortación para nosotros: “Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo” (Mr. 13:33). Nuestro mundo es como un barco que va directo al naufragio ¡con cuanta devoción debemos orar y prepararnos!

“Y echaron al mar los enseres que había en la nave, para descargarla de ellos”. En la vida espiritual tenemos que despojarnos “de todo peso y del pecado que nos asedia” (He. 12:1). ¿Qué cosas estorban, pesan en tu vida y te impiden acercarte a Dios? En momentos de Gran peligro el cargar con muchas cosas aumenta la dificultad. No carguemos con el pecado, ni con rencores, ni codicias, ni tristezas, ni con nada que nos impida ser victoriosos en la prueba de la fe. Tenemos que ser capaces de dejar todo lo que sea necesario por nuestro Señor.

“Pero Jonás había bajado al interior de la nave, y se había echado a dormir”. Jonás se atreve a dormir en momentos de gran peligro, esto hasta por sentido común esta fuera de razón.

En estos primeros 5 versículos del libro es interesante notar que Jonás solo ha descendido:
  • Primero descendió a Jopé (versículo 2).
  • Ahora desciende al interior de la nave (versículo 5).
Así es la vida separada de Dios, cada día se va hundiendo más y más. Es contrario a la orden del Señor que ya habíamos mencionado “levántate”. Aquí es muy evidente que lo que Dios desea es elevarnos, y lo que quiere el enemigo es que descendamos a lo más profundo de nuestra existencia. Cuántas vidas están sumergidas por el pecado, esclavizadas por problemas y vicios que no pueden dejar. Por eso Dios interviene y si le damos la oportunidad Él nos ayudara a restaurarnos “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ez. 18:32).

Que diferente el sueño de Jesús en el barco al de Jonás. Jesús también se quedó dormido en el barco, pero fue porque estuvo sanando enfermedades y predicando el reino de Dios, el único momento que tenía para descansar era cuando se trasladaba de un lugar a otro. En su humanidad tenía mucho cansancio por una jornada de mucho trabajo. Jonás durmió porque estaba rehuyendo a su deber.

Comparando este incidente de dormir con la parábola de las 10 vírgenes (ver Mateo 25:1-13) la pregunta para nosotros es ¿Qué clase de sueño queremos tener? ¿El sueño de la indiferencia o el sueño por habernos preparado y trabajado tanto? Porque de acuerdo a esta parábola todas las vírgenes durmieron.

Esta parábola nos traslada hasta el fin, representa a los seguidores de Dios (el esposo) que están esperándolo. A si mismo las iglesias en Apocalipsis capítulos 2 y 3 representan a la iglesia de Dios en cada periodo de la historia, la última de ellas Laodicea es la que existe antes del retorno de Cristo por segunda vez, es el tiempo en el que vivimos.

La reflexión para la iglesia laodicense es: ¿dormiremos como Jonás cuando vivimos en un tiempo de peligro? O ¿Nos levantaremos y clamaremos a nuestro Dios para que salve a sus elegidos de este mundo que esta por naufragar?

Levantémonos, cumplamos con la comisión que Dios nos ha dejado como mensajeros, no es tiempo de dormir en los placeres vanos de esta vida, es tiempo de pregonar la salvación.

La compasión de Dios
“Y el patrón de la nave se le acercó y le dijo: ¿Qué tienes, dormilón? Levántate, y clama a tu Dios; quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos” (Jon. 1:6).

Aquí tenemos a un no creyente reprendiendo a un creyente. El que conocía a Jehová y sus promesas era Jonás. En lugar de dormir era tiempo de reflexionar en su camino, era hora de retomar su camino hacia Nínive.

Y el patrón le repite la orden a Jonás “Levántate”. Hay ocasiones en las que Dios nos habla por medio de las personas, a veces un buen consejo o una orden que recibimos provienen de parte del Señor.

Hay quienes duermen por la tristeza que los embarga, pero Dios nos llama a levantarnos, a dejar la depresión y la culpa. Y aún en su desobediencia Dios volvió a llamar a Jonás, inmediatamente reconoció la orden “levántate”. Aún estamos a tiempo de levantarnos Dios nos da la oportunidad, no nos envanezcamos en nuestra rebelión, no sea que ya no oigamos la voz de Dios.

“Y clama a tu Dios”. No es suficiente con orar o pedir, es tiempo de clamar. Clamar significa “Quejarse, dar voces lastimosas, pidiendo favor o ayuda”. Solemos clamar por cosas vanas, pero ¿Clamamos por nuestra salvación eterna que es lo más importante? Tenemos que pedir vehementemente que Dios nos ayude: “Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo” (Jl. 2:12,13).

“Quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos”. Esto sigue la misma línea de pensamiento que en Joel: “¿Quién sabe si volverá y se arrepentirá y dejará bendición tras de él, esto es, ofrenda y libación para Jehová vuestro Dios?” (Jl. 2:14). Dios siempre está dispuesto a bendecirnos y darnos vida, somos nosotros los que nos apartamos y escogemos la muerte.

Hemos visto que tenemos que clamar, buscar vehementemente la salvación, más que cualquier otra cosa, esto debe tener nuestra atención suprema. No está en duda la salvación de Dios, pero el “quizá” depende de nosotros: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días” (Dt. 30:19:20).