La tempestad
“Pero
Jehová hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad
tan grande que se pensó que se partiría la nave” (Jon. 1:4).
“Jehová hizo levantar un gran viento en el mar”. Dios es
el Creador y el dueño legítimo de la naturaleza. Los elementos y las criaturas
obedecen su voz. No está limitado por las leyes naturales, más bien Él las rige
y las controla: “Truena Dios
maravillosamente con su voz; Él hace grandes cosas, que nosotros no entendemos.
Así hace retirarse a todo hombre, para que los hombres todos reconozcan su
obra” (Job 37:5, 7).
Siempre que Dios levanta una tempestad es con un
propósito: “Asimismo por sus designios se
revuelven las nubes en derredor, para hacer sobre la faz del mundo, en la
Tierra, lo que él les mande. Unas veces por azote, otras por causa de su
tierra, otras por misericordia las hará venir” (Job 37:12, 13).
Lamentablemente solo en la tempestad muchas personas son
susceptibles a oír el llamado de Dios: “En
una o en dos maneras habla Dios; Pero el hombre no entiende” (Job 33:14).
Solo hasta que el hombre está cansado de correr y de huir de Dios, cuándo ya no
hay más remedio algunos oyen el llamado, tal como lo hiciera el ladrón en la
cruz.
En el caso de Jonás esta tempestad fue por misericordia,
Dios quería hacerlo reflexionar. Y aún fue por causa de los marineros, para que
ellos reconocieran al verdadero Dios.
A veces tenemos adversidades tan grandes que pensamos “que se partirá la nave” de nuestra existencia,
pero este relato nos enseña que Dios está al control de todo y tenemos esta
promesa: “No os ha sobrevenido ninguna
tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados
más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la
tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co. 10:13).
¡Que bendición habría sido para Jonás haber hecho caso a
Dios desde el principio! ¡Cuántos problemas y necesidades se hubiera ahorrado!
Y lo mismo sucede con los que persisten en vivir alejados de Dios. No es lo
mismo enfrentar los problemas y dificultades solos, por nuestra propia cuenta,
que a enfrentarlos con nuestro Todo poderoso Señor, que nos invita: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28).
Tiempo de clamar a Dios
“Y los
marineros tuvieron miedo, y cada uno clamaba a su dios; y echaron al mar los
enseres que había en la nave, para descargarla de ellos. Pero Jonás había
bajado al interior de la nave, y se había echado a dormir” (Jon. 1-5).
“Y los marineros tuvieron miedo”. A veces el miedo es
necesario para hacernos reflexionar, para despertarnos, para darnos cuenta de
la situación de peligro en la que nos encontramos. Pero como todas las cosas
tenemos que canalizarlo hacia algo positivo, de lo contrario puede destruirnos. Estamos en un peligro de
Vida o muerte eternos. Por ello el enemigo nos adormece
(como a Jonás) en los placeres y trabajos vanos de esta vida y no nos damos
cuenta de esta realidad, miles perecen en el mundo “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef. 2:12). “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si
oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones” (He. 3:7,8).
“Y cada uno clamaba a su dios”. Los marineros estaban en
peligro, y por ello clamaban a sus dioses. Nosotros vivimos en un momento
difícil: “También debes saber esto: que
en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” (2 Tim. 3:1). Vivimos en
los momentos solemnes cuando Cristo esta por regresar por segunda vez, y por
tal motivo “vuestro adversario el diablo,
como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pe. 5:8)
“sabiendo que tiene poco tiempo” (Ap. 12:12).
En otras palabras, es un tiempo de intensa lucha contra
el enemigo que se intensificara cada vez más, y debemos estar en comunión
constante con Dios por medio de la oración para evitar que Satanás nos engañe.
Jesús repite esta exhortación para nosotros: “Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo” (Mr.
13:33). Nuestro mundo es como un barco que va directo al naufragio ¡con cuanta
devoción debemos orar y prepararnos!
“Y echaron al mar los enseres que había en la nave, para
descargarla de ellos”. En la vida espiritual tenemos que despojarnos “de todo peso y del pecado que nos asedia”
(He. 12:1). ¿Qué cosas estorban, pesan en tu vida y te impiden acercarte a
Dios? En momentos de Gran peligro el cargar con muchas cosas aumenta la
dificultad. No carguemos con el pecado, ni con rencores, ni codicias, ni
tristezas, ni con nada que nos impida ser victoriosos en la prueba de la fe.
Tenemos que ser capaces de dejar todo lo que sea necesario por nuestro Señor.
“Pero Jonás había bajado al interior de la nave, y se
había echado a dormir”. Jonás se atreve a dormir en momentos de gran peligro,
esto hasta por sentido común esta fuera de razón.
En estos primeros 5 versículos del libro es interesante
notar que Jonás solo ha descendido:
- Primero descendió a Jopé (versículo 2).
- Ahora desciende al interior de la nave (versículo 5).
Así es la vida separada de Dios, cada día se va hundiendo
más y más. Es contrario a la orden del Señor que ya habíamos mencionado
“levántate”. Aquí es muy evidente que lo que Dios desea es elevarnos, y lo que
quiere el enemigo es que descendamos a lo más profundo de nuestra existencia.
Cuántas vidas están sumergidas por el pecado, esclavizadas por problemas y
vicios que no pueden dejar. Por eso Dios interviene y si le damos la
oportunidad Él nos ayudara a restaurarnos “Porque
no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y
viviréis” (Ez. 18:32).
Que diferente el sueño de Jesús en el barco al de Jonás.
Jesús también se quedó dormido en el barco, pero fue porque estuvo sanando
enfermedades y predicando el reino de Dios, el único momento que tenía para
descansar era cuando se trasladaba de un lugar a otro. En su humanidad tenía
mucho cansancio por una jornada de mucho trabajo. Jonás durmió porque estaba
rehuyendo a su deber.
Comparando este incidente de dormir con la parábola de
las 10 vírgenes (ver Mateo 25:1-13) la pregunta para nosotros es ¿Qué clase de
sueño queremos tener? ¿El sueño de la indiferencia o el sueño por habernos preparado
y trabajado tanto? Porque de acuerdo a esta parábola todas las vírgenes
durmieron.
Esta parábola nos traslada hasta el fin, representa a los
seguidores de Dios (el esposo) que están esperándolo. A si mismo las iglesias
en Apocalipsis capítulos 2 y 3 representan a la iglesia de Dios en cada periodo
de la historia, la última de ellas Laodicea es la que existe antes del retorno
de Cristo por segunda vez, es el tiempo en el que vivimos.
La reflexión para la iglesia laodicense es: ¿dormiremos
como Jonás cuando vivimos en un tiempo de peligro? O ¿Nos levantaremos y
clamaremos a nuestro Dios para que salve a sus elegidos de este mundo que esta
por naufragar?
Levantémonos, cumplamos con la comisión que Dios nos ha
dejado como mensajeros, no es tiempo de dormir en los placeres vanos de esta
vida, es tiempo de pregonar la salvación.
La compasión de Dios
“Y el
patrón de la nave se le acercó y le dijo: ¿Qué tienes, dormilón? Levántate, y
clama a tu Dios; quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos” (Jon.
1:6).
Aquí tenemos a un no creyente reprendiendo a un creyente.
El que conocía a Jehová y sus promesas era Jonás. En lugar de dormir era tiempo
de reflexionar en su camino, era hora de retomar su camino hacia Nínive.
Y el patrón le repite la orden a Jonás “Levántate”. Hay
ocasiones en las que Dios nos habla por medio de las personas, a veces un buen
consejo o una orden que recibimos provienen de parte del Señor.
Hay quienes duermen por la tristeza que los embarga, pero
Dios nos llama a levantarnos, a dejar la depresión y la culpa. Y aún en su
desobediencia Dios volvió a llamar a Jonás, inmediatamente reconoció la orden
“levántate”. Aún estamos a tiempo de levantarnos Dios nos da la oportunidad, no
nos envanezcamos en nuestra rebelión, no sea que ya no oigamos la voz de Dios.
“Y clama a tu Dios”. No es suficiente con orar o pedir,
es tiempo de clamar. Clamar significa “Quejarse, dar voces lastimosas, pidiendo
favor o ayuda”. Solemos clamar por cosas vanas, pero ¿Clamamos por nuestra
salvación eterna que es lo más importante? Tenemos que pedir vehementemente que
Dios nos ayude: “Por eso pues, ahora,
dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y
lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová
vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande
en misericordia, y que se duele del castigo” (Jl. 2:12,13).
“Quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos”.
Esto sigue la misma línea de pensamiento que en Joel: “¿Quién sabe si volverá y se arrepentirá y dejará bendición tras de él,
esto es, ofrenda y libación para Jehová vuestro Dios?” (Jl. 2:14). Dios
siempre está dispuesto a bendecirnos y darnos vida, somos nosotros los que nos
apartamos y escogemos la muerte.
Hemos visto que tenemos que clamar, buscar vehementemente
la salvación, más que cualquier otra cosa, esto debe tener nuestra atención
suprema. No está en duda la salvación de Dios, pero el “quizá” depende de
nosotros: “A los cielos y a la tierra
llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la
muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y
tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a
él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días” (Dt. 30:19:20).
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