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viernes, 17 de mayo de 2013

Reflexión: la oración sincera



Jesús nuestro amigo

La verdadera oración "es el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo" (El Camino a Cristo, Ellen G. White, pág. 93). Cuando hablamos con un amigo de nuestra entera confianza lo hacemos libremente y sin reservas. Es una comunicación directa y franca donde expresamos lo que más nos interesa. 

Regularmente es un momento gratificante en el cual nos alegramos y comunicamos nuestros éxitos, ideas, planes o simplemente compartimos momentos agradables. Aunque también nos acercamos a nuestros amigos para recibir consejos, sugerencias y hasta consuelo y apoyo en los momentos difíciles.

Cuándo hablamos con un amigo, no nos dedicamos únicamente a contarle cosas tristes y a pedirle favores, de lo contrario se cansarían de nosotros. Es importante esto cuando lo necesitamos pero no debe ser lo único que se hace. Nuestros amigos se alegran cuándo compartimos nuestra gratitud y entusiasmo con ellos. De igual forma debemos ser agradecidos con Dios por todas las bendiciones que nos da.

 
Debemos hacer de la oración el momento en que nos acercamos a nuestro mejor y más fiel amigo. Como diría el conocido himno “Oh que amigo nos es Cristo” (Himnario adventista antiguo # 349): 

“¡Oh, que amigo nos es Cristo!
El sintió nuestra aflicción
Y nos manda que llevemos
todo a Dios en oración.
¿Vive el hombre desprovisto
de consuelo y protección?
Es por que no tiene dicho
todo a Dios en oración”



Este Himno nos invita a confiar en Jesús como nuestro amigo y a llevarle todas nuestras penas, aunque también nuestras alegrías, y nos muestra también que Jesús nos entiende perfectamente, puesto que el siente nuestro dolor.

Dios nos conoce perfectamente

Nuestra vida es un libro abierto que él conoce con tanto detalle que "aún los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” (Lc. 12:7).

Otra ilustración que ejemplifica muy bien lo que es la oración es la tierna relación que existe entre un padre y sus hijos " Como el padre se compadece de los hijos,
Se compadece Jehová de los que le temen" (Sal. 103:13).

A Dios le agrada cuándo lo buscamos con toda sinceridad. El escucha atentamente nuestras plegarias, aunque a nosotros nos parezca que no nos oye. Pero él que conoce el fin desde el principio nos otorga solo aquello que es para nuestro verdadero beneficio: "Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis" (Jer. 29:11). 

  
“Somos tan cortos de vista y propensos a errar, que algunas veces pedimos cosas que no serían una bendición para nosotros, y nuestro Padre celestial contesta con amor nuestras oraciones dándonos aquello que es para nuestro más alto bien, aquello que nosotros mismos desearíamos si, alumbrados de celestial saber, pudiéramos ver todas las cosas como realmente son” (El Camino a Cristo, Ellen G. White, págs. 96,97).


“Por supuesto, pretender que nuestras oraciones sean siempre contestadas en la misma forma y según la cosa particular que pidamos, es presunción. Dios es demasiado sabio para equivocarse y demasiado bueno para negar un bien a los que andan en integridad. Así que no temáis confiar en él, aunque no veáis la inmediata respuesta de vuestras oraciones” (El Camino a Cristo, Ellen G. White, pág. 97).



"Yo conozco que todo lo puedes, Y que no hay pensamiento que se esconda de ti" (Job 42:2). Dios conoce nuestros más caros pensamientos, anhelos y preocupaciones:

"El que sustenta los innumerables mundos diseminados por la inmensidad, también tiene cuidado del gorrioncillo que entona sin temor su humilde canto. Cuando los hombres van a su trabajo o están orando; cuando descansan o se levantan por la mañana; cuando el rico se sacia en el palacio, o cuando el pobre reúne a sus hijos alrededor de su escasa mesa, el Padre celestial vigila tiernamente a todos. No se derraman lágrimas sin que él lo note. No hay sonrisa que para él pase inadvertida" (El Camino a Cristo, Ellen G. White, pág. 86).

Orad sin cesar

Dios nos ama tanto, nos da tantas bendiciones que damos por hecho y que consideramos algo cotidiano, sin embrago cada latido de nuestro corazón, cada respiración es la vida que el quiso compartir con cada uno de nosotros.

Llevemos nuestras oraciones a Dios, libres de egoísmo, perdonándonos y amándonos unos a otros como él nos ha mandado, para que nada estorbe nuestras oraciones.

“Orad en vuestro gabinete; y al ir a vuestro trabajo cotidiano, levantad a menudo vuestro corazón a Dios. De este modo anduvo Enoc con Dios. Esas oraciones silenciosas llegan como precioso incienso al trono de la gracia. Satanás no puede vencer a aquel cuyo corazón está así apoyado en Dios. No hay tiempo o lugar en que sea impropio orar a Dios. No hay nada que pueda impedirnos elevar nuestro corazón en ferviente oración. En medio de las multitudes y del afán de nuestros negocios, podemos ofrecer a Dios nuestras peticiones e implorar la divina dirección […] En dondequiera que estemos podemos estar en comunión con él. Debemos tener abierta continuamente la puerta del corazón, e invitar siempre a Jesús a venir y morar en el alma como huésped celestial” (El Camino a Cristo, Ellen G. White, pág. 100).

  
El consejo del apóstol Pablo es:
“Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Ef. 6:18) y “Orad sin cesar” (1 Ts. 5:17).

Que Dios los bendiga, y no olviden orar por todos aquellos que están en necesidad, y por todos aquellos que están conociendo la palabra de Dios. Amen.



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