¿Logró algo Cristo en favor de los seres humanos, o sólo trató de hacerlo?
¡Nunca, desde el
comienzo de la historia, se había producido tal crisis! El cielo y la Tierra
contuvieron el aliento. Los ángeles velaron sus rostros, contemplando
horrorizados cómo el divino Hijo de Dios clamaba en su agonía: “¡Padre! ¿Por qué me has desamparado?”
(Mt. 27:46). Mientras Jesús sufría en la cruz, el destino del mundo y del
universo entero pendía en la balanza.
Cuando Jesús murió
en la cruz, ¿cuál fue su logró? La respuesta es: “¡Todo!” Antes de su muerte,
el Salvador declaró: “He acabado la obra
que me encargaste” (Jn. 17:4). Ese fue el momento cumbre de tiempo, porque
había un enemigo en guerra contra Dios. El pecado amenazaba causar la
ruina de todo lo que Dios había creado.
Sólo por el sacrificio de sí mismo podría el Hijo de Dios hacer que el universo
volviera a ser un lugar seguro. Y con su sacrificio, nuestra salvación eterna
también fue asegurada.
En la cruz, ¿logró Cristo algo real, tangible, en
favor de los seres humanos, o simplemente trató de hacerlo? La Biblia enseña
que mirar a la cruz nos trae la salvación. Y no es asunto de magia o
superstición, sino que allí es donde vemos el amor de Dios revelado a nosotros.
Con toda certeza,
Cristo logró algo en favor de toda alma humana, más allá de proveer una mera
posibilidad de salvarnos. La Biblia nos asegura que el Salvador “es la victima por nuestros pecados. Y no
sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2).
Así como “todos pecaron”, también
todos “son justificados gratuitamente por
su gracia” (Ro. 3:24). “Por la
justicia de uno solo, vino a todos los hombres la justificación que da vida”
(Ro. 5:18). ¡Preciosa expresión! ¿“A todos los hombres”? ¡Sí, a todos!
Hasta este momento, ningún ser humano está sufriendo el castigo final por sus pecados
Una idea común es
que el sacrificio de Cristo no hace nada por nadie si primero la persona no
hace algo y “acepta a Cristo”. Según este concepto popular, Jesús se mantiene
lejos, con sus divinos brazos cruzados, y espera que el pecador se decida a
“aceptar” su oferta. A muchos les parece razonable, por cuanto explica
superficialmente porque “no pagaron el precio”.
En primer lugar,
Cristo no limitó su sacrificio para beneficiar únicamente a cierto grupo de
personas. Al gustar la muerte “por todos”, padeció el castigo por el pecado que
le corresponde a cada uno, y que la Biblia define como la “segunda muerte” (Ap. 2:11).
En segundo lugar,
así como “todos” han pecado, también “todos” “son justificados gratuitamente por su gracia” (Ro. 3:24). Esto es
lo que sucedió en la cruz. Cuando Dios abrazó a su Hijo, abrazó al mundo
entero. ¡Jesús llegó a ser uno con nosotros!
En tercer lugar,
debido al sacrificio de Cristo, Dios no les estaba “atribuyendo a los hombres sus pecados” (2 Co. 5:19). En vez de eso,
se los atribuyó a Cristo. Por eso, ninguna persona perdida puede sufrir la
segunda muerte hasta después del juicio final, cuando Jesús ya haya regresado.
Este castigo final
sólo puede ser aplicado después de la segunda resurrección que describe
Apocalipsis 20. Es extraño, y sin embargo es verdadero: hasta ese momento,
ningún ser humano está sufriendo el castigo por sus pecados. Cristo mismo
sufrió ese castigo, y por eso siguen viviendo los seres humanos.
Nuestra vida
diaria ha sido comprada por él. La razón por la cual Dios “envía su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e
injustos” (Mt. 5:45), es por el sacrificio de Cristo en la cruz.
En cuarto lugar,
todos hemos sido redimidos si tan sólo queremos escuchar y creer esto. Claro
está, podemos rechazar la oferta de la redención dejando de resistir la gracia
divina.
Todo ser humano le
debe la vida –así como todo aquello de lo cual goza- al Salvador que murió por
todos. Lo mismo santos que pecadores, el alimento diario que recibimos no es
más que el cuerpo y la sangre de Cristo. En un sentido muy real, la cruz del
Calvario se halla estampada en cada hogaza de pan, y se refleja en cada fuente
de agua.
Dios anhela que todos se salven, pero no todos elegirán ser salvos
Cuando usted y yo
vemos esta verdad y en nuestro corazón aceptamos que es real, experimentamos el
milagro de la justificación por la fe. Es mucho más que una declaración legal.
La justificación por la fe incluye un cambio de corazón. Es lo mismo que el
perdón. Y el perdón que Dios concede por medio de la cruz es mucho más que un
simple indulto.
El término
original del cual se obtiene la palabra “perdón”
significa quitar el pecado del corazón, rescatar de su poder a una persona.
Este principio comienza a obrar desde el momento en que el pecador decide
responder. Luego continúa creciendo hasta convertirse en una realidad madura y
poderosa, cuya obra prepara un pueblo para la segunda venida de Jesús. Este es
el mensaje del “evangelio eterno” que
encontramos en Apocalipsis 14:6-14.
¿Significa esto
que todos serán salvos? No. Es cierto que Dios anhela que todos se salven, pero
no todos elegirán ser salvos. La razón de esto es más profunda que una mera
falta de conocimiento o de prontitud en aprovechar la oferta. Los que se
pierdan habrán resistido activamente y rechazado la salvación que Cristo les
concediera libremente.
Dios ha tomado la
iniciativa en el empeño de salvar a
“todos los hombres”; pero los seres humanos tienen la libertad de estorbar y
vetar lo que Cristo ya ha hecho por ellos, y de tirar como inservible aquello
que ya se les había colocado en sus manos. Dios nos ha concedido la facultad de
escoger. No salvará a nadie contra su voluntad.
Tenemos el derecho
de cultivar nuestra separación de Dios y nuestro odio contra su justicia hasta
que nosotros mismos nos cerremos las puertas del cielo, pero no estamos
obligados a hacerlo. Según la Biblia, los que se salven al fin, lo deberán a la
iniciativa divina. Por su parte, los que se pierdan lo deberán a haber seguido
su propia iniciativa.
El don de la fe se
le ha concedido a todo ser humano, así como Cristo se entregó por toda la
humanidad. Ahora bien, ¿qué puede impedir que alguien se salve? La respuesta es
asombrosa. Nada puede impedirlo, excepto que no todos guardarán la fe que Dios
les concedió.
Si todos aceptaran el don que Dios ya les ha concedido, todos serán salvos
Si todos aceptaran
el don que Dios ya les ha concedido en Cristo, todos serían salvos. San Pablo
se goza en la magna obra que Cristo cumplió en la cruz: “Así como por el delito de uno vino la condenación a todos los hombres,
así también por la justicia de uno solo, vino a todos los hombres la
justificación que da vida” (Ro. 5:18).
¡Cuán gloriosas
son las buenas nuevas del evangelio! En su calidad de “segundo Adán”, Cristo ha
deshecho todo el mal que causara el primer Adán. Tan seguramente como “todos
los hombres” fueron condenados por el pecado de Adán, así “todos los hombres”
han sido justificados legalmente por el sacrificio de Cristo.
A la luz de la
cruz, entonces, el descuidar tan grande salvación es lo mismo que rechazarla.
Es incredulidad. Así es como el que se pierde se condena a sí mismo ante el
universo, y comprueba que no es digno de recibir la visa eterna. Dios no lo
excluye del cielo; él mismo se excluye.
El evangelio de
salvación es la mejor noticia que podemos imaginar. Jesús no dice que estaría dispuesto a ser nuestro
Salvador a cambio de algo que tengamos que hacer. ¡Por el contrario, ya es
Salvador del mundo! (ver Juan 4:42). Dejemos de resistir la conducción y los
llamados del Espíritu Santo, quien llevado por su amor, nos convence de pecado
y procura motivarnos para que abandonemos nuestros malos caminos. Es el
verdadero vicario de Jesucristo, enviado para que esté con nosotros siempre, y
nunca nos abandone (ver Juan 14:16-18).
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