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viernes, 9 de mayo de 2014

Salvación para todos



¿Logró algo Cristo en favor de los seres humanos, o sólo trató de hacerlo?

¡Nunca, desde el comienzo de la historia, se había producido tal crisis! El cielo y la Tierra contuvieron el aliento. Los ángeles velaron sus rostros, contemplando horrorizados cómo el divino Hijo de Dios clamaba en su agonía: “¡Padre! ¿Por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Mientras Jesús sufría en la cruz, el destino del mundo y del universo entero pendía en la balanza.

Cuando Jesús murió en la cruz, ¿cuál fue su logró? La respuesta es: “¡Todo!” Antes de su muerte, el Salvador declaró: “He acabado la obra que me encargaste” (Jn. 17:4). Ese fue el momento cumbre de tiempo, porque había un enemigo en guerra contra Dios. El pecado amenazaba causar la ruina  de todo lo que Dios había creado. Sólo por el sacrificio de sí mismo podría el Hijo de Dios hacer que el universo volviera a ser un lugar seguro. Y con su sacrificio, nuestra salvación eterna también fue asegurada.

 
En la cruz, ¿logró Cristo algo real, tangible, en favor de los seres humanos, o simplemente trató de hacerlo? La Biblia enseña que mirar a la cruz nos trae la salvación. Y no es asunto de magia o superstición, sino que allí es donde vemos el amor de Dios revelado a nosotros.

Con toda certeza, Cristo logró algo en favor de toda alma humana, más allá de proveer una mera posibilidad de salvarnos. La Biblia nos asegura que el Salvador “es la victima por nuestros pecados. Y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2). Así como “todos pecaron”, también todos “son justificados gratuitamente por su gracia” (Ro. 3:24). “Por la justicia de uno solo, vino a todos los hombres la justificación que da vida” (Ro. 5:18). ¡Preciosa expresión! ¿“A todos los hombres”? ¡Sí, a todos!

Hasta este momento, ningún ser humano está sufriendo el castigo final por sus pecados

Una idea común es que el sacrificio de Cristo no hace nada por nadie si primero la persona no hace algo y “acepta a Cristo”. Según este concepto popular, Jesús se mantiene lejos, con sus divinos brazos cruzados, y espera que el pecador se decida a “aceptar” su oferta. A muchos les parece razonable, por cuanto explica superficialmente porque “no pagaron el precio”.

En primer lugar, Cristo no limitó su sacrificio para beneficiar únicamente a cierto grupo de personas. Al gustar la muerte “por todos”, padeció el castigo por el pecado que le corresponde a cada uno, y que la Biblia define como la “segunda muerte  (Ap. 2:11).

 
En segundo lugar, así como “todos” han pecado, también “todos” “son justificados gratuitamente por su gracia” (Ro. 3:24). Esto es lo que sucedió en la cruz. Cuando Dios abrazó a su Hijo, abrazó al mundo entero. ¡Jesús llegó a ser uno con nosotros!

En tercer lugar, debido al sacrificio de Cristo, Dios no les estaba “atribuyendo a los hombres sus pecados” (2 Co. 5:19). En vez de eso, se los atribuyó a Cristo. Por eso, ninguna persona perdida puede sufrir la segunda muerte hasta después del juicio final, cuando Jesús ya haya regresado.

Este castigo final sólo puede ser aplicado después de la segunda resurrección que describe Apocalipsis 20. Es extraño, y sin embargo es verdadero: hasta ese momento, ningún ser humano está sufriendo el castigo por sus pecados. Cristo mismo sufrió ese castigo, y por eso siguen viviendo los seres humanos.

Nuestra vida diaria ha sido comprada por él. La razón por la cual Dios “envía su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt. 5:45), es por el sacrificio de Cristo en la cruz.

En cuarto lugar, todos hemos sido redimidos si tan sólo queremos escuchar y creer esto. Claro está, podemos rechazar la oferta de la redención dejando de resistir la gracia divina.

Todo ser humano le debe la vida –así como todo aquello de lo cual goza- al Salvador que murió por todos. Lo mismo santos que pecadores, el alimento diario que recibimos no es más que el cuerpo y la sangre de Cristo. En un sentido muy real, la cruz del Calvario se halla estampada en cada hogaza de pan, y se refleja en cada fuente de agua.

Dios anhela que todos se salven, pero no todos elegirán ser salvos

Cuando usted y yo vemos esta verdad y en nuestro corazón aceptamos que es real, experimentamos el milagro de la justificación por la fe. Es mucho más que una declaración legal. La justificación por la fe incluye un cambio de corazón. Es lo mismo que el perdón. Y el perdón que Dios concede por medio de la cruz es mucho más que un simple indulto.

El término original del cual se obtiene la palabra “perdón” significa quitar el pecado del corazón, rescatar de su poder a una persona. Este principio comienza a obrar desde el momento en que el pecador decide responder. Luego continúa creciendo hasta convertirse en una realidad madura y poderosa, cuya obra prepara un pueblo para la segunda venida de Jesús. Este es el mensaje del “evangelio eterno” que encontramos en Apocalipsis 14:6-14.

¿Significa esto que todos serán salvos? No. Es cierto que Dios anhela que todos se salven, pero no todos elegirán ser salvos. La razón de esto es más profunda que una mera falta de conocimiento o de prontitud en aprovechar la oferta. Los que se pierdan habrán resistido activamente y rechazado la salvación que Cristo les concediera libremente.


Dios ha tomado la iniciativa  en el empeño de salvar a “todos los hombres”; pero los seres humanos tienen la libertad de estorbar y vetar lo que Cristo ya ha hecho por ellos, y de tirar como inservible aquello que ya se les había colocado en sus manos. Dios nos ha concedido la facultad de escoger. No salvará a nadie contra su voluntad.

Tenemos el derecho de cultivar nuestra separación de Dios y nuestro odio contra su justicia hasta que nosotros mismos nos cerremos las puertas del cielo, pero no estamos obligados a hacerlo. Según la Biblia, los que se salven al fin, lo deberán a la iniciativa divina. Por su parte, los que se pierdan lo deberán a haber seguido su propia iniciativa.

El don de la fe se le ha concedido a todo ser humano, así como Cristo se entregó por toda la humanidad. Ahora bien, ¿qué puede impedir que alguien se salve? La respuesta es asombrosa. Nada puede impedirlo, excepto que no todos guardarán la fe que Dios les concedió.

Si todos aceptaran el don que Dios ya les ha concedido, todos serán salvos

Si todos aceptaran el don que Dios ya les ha concedido en Cristo, todos serían salvos. San Pablo se goza en la magna obra que Cristo cumplió en la cruz: “Así como por el delito de uno vino la condenación a todos los hombres, así también por la justicia de uno solo, vino a todos los hombres la justificación que da vida” (Ro. 5:18).

¡Cuán gloriosas son las buenas nuevas del evangelio! En su calidad de “segundo Adán”, Cristo ha deshecho todo el mal que causara el primer Adán. Tan seguramente como “todos los hombres” fueron condenados por el pecado de Adán, así “todos los hombres” han sido justificados legalmente por el sacrificio de Cristo.

A la luz de la cruz, entonces, el descuidar tan grande salvación es lo mismo que rechazarla. Es incredulidad. Así es como el que se pierde se condena a sí mismo ante el universo, y comprueba que no es digno de recibir la visa eterna. Dios no lo excluye del cielo; él mismo se excluye.

El evangelio de salvación es la mejor noticia que podemos imaginar. Jesús no  dice que estaría dispuesto a ser nuestro Salvador a cambio de algo que tengamos que hacer. ¡Por el contrario, ya es Salvador del mundo! (ver Juan 4:42). Dejemos de resistir la conducción y los llamados del Espíritu Santo, quien llevado por su amor, nos convence de pecado y procura motivarnos para que abandonemos nuestros malos caminos. Es el verdadero vicario de Jesucristo, enviado para que esté con nosotros siempre, y nunca nos abandone (ver Juan 14:16-18).

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