Este mundo es una prodigiosa mezcla del bien y el mal. Al
lado de las flores de hermoso diseño y lindos colores que con su perfume nos
deleitan cada día, de las aves canoras que nos alegran con sus trinos, y de los
paisajes de belleza insuperable que descubrimos en tantos rincones de este
planeta, nos encontramos con los terremotos que todo lo devastan, con los
maremotos que barren propiedades y vidas, y con los tornados que lo destruyen
todo.
Nuestras propias vidas son también una enigmática mezcla
de bien y de mal. En un mismo individuo, hombre o mujer, encontramos nobles
sentimientos y elevados ideales dándose la mano con sórdidas tendencias y con
inclinaciones terriblemente aviesas. El organismo humano es una maquinaria
asombrosa que funciona con un equilibrio y una armonía admirables, pero que está
sujeto a los embates de microorganismos, virus, parásitos y hongos que, cuándo
logran derribar su barrera inmunológica, lenta pero inexorablemente lo
destruyen y lo llevan a la muerte. La lista de las enfermedades que padecemos
es interminable.
¿Qué pasa con este mundo? ¿Por qué esta desconcertante
mezcla del bien y el mal? Todos tenemos la idea de que Dios es la
personificación de lo bueno; y ciertamente es así. Entonces, ¿cómo pudo ser
posible que un Dios bueno creara un mundo que es una mezcla absurda del bien y
del mal? ¿Qué le pasó?
¿Es indiferente Dios?
Si Dios es todopoderoso, ¿por qué su indolente pasividad?
¿Por qué su extraña indiferencia ante el sufrimiento de los indefensos, de los
niños maltratados, de los viejos olvidados, de los sin casa, de las injusticias
contra los pobres e inocentes por los que detentan poder y riquezas mal
ganadas?
El famoso cantante español José Luis Perales nos presenta
este cuadro enigmático de un Dios de amor que parece habernos dejado solos en
este valle de lágrimas. Su canción Dime
es una ferviente plegaria a Dios a que responda, a que dé razón por su
silencio. Parte de ella dice así:
Dime, ¿por qué la gente no sonríe?
¿Por qué las armas en las manos?
¿Por qué los hombres mal heridos? Dime.
Dime, ¿por qué los niños maltratados?
Dime, ¿por qué los viejos olvidados?
¿Por qué los sueños prohibidos? Dime.
Dímelo, Dios, quiero saber, dime,
¿Por qué te niegas a escuchar?
………………………………………………..
¿Dónde se encuentra toda la verdad?
Aún queda alguien que tal vez lo sabrá, pero ¡yo no!
(Tomado de Mis Mejores Canciones de José Luis Perales,
1992).
No pretendemos contestar estas preguntas, pero sí sabemos
“donde se encuentra toda la verdad”: ¡En Jesús! Jesús es “el camino la verdad y
la vida” (Jn. 14:6). Él es el único calificado para contestar las interrogantes
de este canto. De hecho, ya lo hizo.
El verdadero instigador del mal
Un día sus discípulos le pidieron una explicación al
porqué del mal y cómo se introdujo en el mundo. En su característico estilo,
respondió con la siguiente parábola:
“Les refirió otra
parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró
buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y
sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto,
entonces apareció también la cizaña. Vinieron entonces los siervos del padre de
familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De
dónde, pues, tiene cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos
le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos?”
(Mt. 13:24-28).
¿Quién es el enemigo que sembró la cizaña? Para intentar
responder esta pregunta, permítasenos crear una parábola. Imaginemos que en
algún lugar existía una nación feliz, administrada por el mejor gobernante que
sea posible concebir. Todo era perfecto. Todos eran felices. Estudiaban y trabajaban
en procura de lograr las más excelsas metas y estaban conformes con su gobierno. Pero un día, este
gobernante sabio y bueno convocó a un gran congreso, con representación de toda
la nación. Era su propósito poner en conocimiento de todos los ciudadanos que
su hijo –que estaba sentado a su derecha- era co-gobernante con él, y que así
como lo obedecían y lo servían a él, debían hacer con su hijo, considerando que
ambos eran virtualmente el mismo.
Aparentemente todo el pueblo acepto esa disposición. Pero
solo aparentemente, porque sentado a la izquierda del gobernante se encontraba
el más alto funcionario de la nación, que se sintió desplazado por el
co-gobernante. En ese momento comenzó a alimentar recelos, desconfianza y
envidia, y a sembrar la cizaña. Había nacido el mal en ese reino.
Por supuesto, este envidioso dignatario no pudo esconder
por mucho tiempo sus sentimientos, y muy pronto comenzó a compartirlo con sus
conciudadanos. Según él, el gobernante no era todo lo bueno y sabio que se
suponía, pues tenía que co-gobernar con el hijo, quería decir que le faltaba
capacidad para hacerlo por sí mismo, y no sería mala idea intentar implantar
otro sistema de gobierno.
El siguiente paso fue lanzar su candidatura para gobernar
el país, prometiendo -entre otras cosas- un gobierno indiscutiblemente mejor,
donde cada cual podría hacer lo que le diera la gana, sin tener que rendirle
cuentas a nadie y libre del peso de las leyes. Además, según él, esas leyes
eran arbitrarias, injustas e imposibles de cumplir.
Como era de esperar le dio gran difusión a sus doctrinas,
y un tercio de la nación se plegó a su rebeldía. Sintiéndose fuerte organizo un
ejército, y declaro la guerra al gobernante y a su hijo con la idea de
derrocarlos y de apoderarse del poder.
Esta parábola no es un invento nuestro. Es el resumen de
lo que nos cuenta la Sagrada Escritura acerca del gran conflicto entre Cristo y
Satanás, que ya lleva 6000 años de duración y que, gracias a Dios, pronto
terminara.
El gobernante de nuestra parábola es Dios, que creo todo
lo bueno y solo lo bueno. El hijo es Jesucristo, que co-gobierna el universo
con su Padre Celestial, puesto que a pesar de ser 2 personas son un solo ser.
El Dignatario que se sentaba a la izquierda de Dios, y que se convirtió en un enemigo,
es Luzbel, Lucifer o Portador de Luz, que al rebelarse se transformó en Satanás
nombre que significa “enemigo” o “adversario”.
El mundo malo producto de la rebelión
Las Escrituras nos aseguran que Satanás arrastro a su
rebelión a la tercera parte de los ángeles del cielo, organizo un ejército y se
lanzó a la conquista del trono de Dios, para ocupar su lugar. Pero fue
derrotado y arrojado a esta Tierra donde ha tenido la oportunidad de demostrar cómo
habría gobernado el universo si su rebelión hubiera tenido éxito.
La presencia del enemigo de Dios en este planeta explica,
clara y comprensiblemente, esta extraña mezcla del bien y del mal que hay en la
naturaleza en general, y en nuestra naturaleza humana en particular. Dios no
creo un mundo malo, sino un planeta que “era bueno en gran manera” (Gn. 1:31).
Ni siquiera creo a Satanás. Él se creó solo, como consecuencia de sus propias
decisiones, porque Dios lo hizo libre.
Algunas religiones modernas y ciertas filosofías
orientales, sostienen que el bien y el mal son factores complementarios, que
siempre deben permanecer juntos para equilibrarse mutuamente. Pero esa es otra
de las cizañas que sembró el enemigo.
Un mundo restaurado
El mal es un intruso que está destinado a desaparecer, y pronto. Para eso nuestro Señor Jesucristo, el hijo de Dios, tomo nuestra naturaleza y vivió en este mundo como un hombre entre los hombres. Cuando el murió en la cruz, fue sepultado y resucito, se selló la derrota definitiva de Satanás, y la victoria absoluta del bien sobre el mal. Pronto vendrá Jesús a completar su obra redentora. Todos los que lo aceptaron como Salvador reinaran con Él en un mundo bueno en gran manera.
Tema tomado de La voz de la esperanza 1999 (www. Lavoz.org).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario