Clamar desde la amargura y el Todopoderoso responde
En el libro de los
salmos hallamos estas notables palabras: “En la calamidad clamaste, y yo te
libré; Te respondí en lo secreto del
trueno; Te probé junto a las aguas de Meriba.” (Sal. 81:7).
¿Qué quiere decir
esto? ¿Qué significado encierran estas palabras? Todo el salmo 81 se refiere a
una época de sufrimiento para el pueblo de Dios, y en él se nos recuerda cómo
fue liberado de la esclavitud egipcia. Ellos carecían de todo poder. No tenían
armas, cundía entre todos el más profundo desaliento. Y se explica: se hallaban
bajo el yugo de la nación más poderosa del mundo en aquel entonces. ¿Qué podían
hacer? Absolutamente nada. Pero este pueblo esclavo fue liberado del poder
egipcio cuando todo parecía ser más oscuro. Así obra Dios. Ni las apariencias,
ni las situaciones desesperadas limitan su poder.
En medio de las
dificultades Israel clamó a Dios y el Señor le contesto “en el secreto del
trueno”. Clamaron a Dios desde la amargura de la esclavitud y el Todopoderoso
respondió mediante las plagas que asolaron a Egipto (Éxodo 9:23).
Cada plaga que
cayó sobre Egipto fue una respuesta de Dios. Cuando el faraón persiguió al
pueblo de Israel al escapar éste hacia el mar Rojo, dice en el libro del Éxodo
que “Y el ángel de Dios que iba delante
del campamento de Israel, se apartó e iba en pos de ellos; y asimismo la
columna de nube que iba delante de ellos se apartó y se puso a sus espaldas, e
iba entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel; y era nube y
tinieblas para aquéllos, y alumbraba a Israel de noche, y en toda aquella noche
nunca se acercaron los unos a los otros” (Ex. 14:19,20).
Con esa nube
oscura y amenazante para los egipcios, Dios contestó la oración de Israel.
Contestó “en el secreto del trueno”. “Y
extendió Moisés su mano sobre el mar, e hizo Jehová que el mar se retirase por
recio viento oriental toda aquella noche; y volvió el mar en seco, y las aguas
quedaron divididas” (Ex. 14:21).
Cuando parece no haber esperanza la liberación llega por el camino menos esperado
Y por aquel extraordinario camino, abierto en medio del mar, el pueblo de Israel marchó rumbo a la libertad. ¡Cuán maravilloso es el poder divino que está al alcance de aquel que ora a Dios pidiéndolo! Los hijos de Israel clamaron al Señor y como resultado de eso: “La voz de tu trueno estaba en el torbellino; Tus relámpagos alumbraron el mundo; Se estremeció y tembló la tierra. En el mar fue tu camino, Y tus sendas en las muchas aguas; Y tus pisadas no fueron conocidas. Condujiste a tu pueblo como ovejas. Por mano de Moisés y de Aarón” (Sal. 77:18-20).
En aquella
situación angustiosa, cuando parecía no haber esperanza alguna, el pueblo clamó
a Dios y la liberación llego por el camino que menos esperaban. Dios responde
“en el secreto del trueno” y esto nos lleva a pensar en el monte Sinaí en el
momento cuando Dios dio los 10 mandamientos. Nótese la descripción: “Aconteció que al tercer día, cuando vino la
mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido
de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el
campamento. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre
él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía
en gran manera. El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés
hablaba, y Dios le respondía con voz tronante” (Ex. 19: 16, 18, 19).
Se le había
ordenado a Moisés que mantuviera al pueblo al pie del Sinaí, sin permitirle que
subiera a la montaña. Y después de oír hablar a Moisés, repentinamente, desde
la nube que cubría la cima de la montaña, “en el secreto del trueno” el pueblo
oyó la voz de Dios. En Éxodo 20:1-3 leemos: “Y habló Dios todas estas palabras diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que
te saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos. No tendrás dioses ajenos
delante de mí”.
Y luego, palabra
tras palabra, el Señor pronunció los nueve restantes mandamientos. En Salmos 81:9
hallamos el mismo pensamiento expresado casi en las mismas palabras del Éxodo.
Dice: “No habrá en ti dios ajeno, ni te
encorvarás a dioses extraños”. Lo mismo ocurre con las palabras que
hallamos en el versículo 10: “Yo soy
Jehová tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto: ensancha tu boca, y
henchirla he”. Estos son los mismos términos con que en Éxodo 20:2 se
introducen los Diez Mandamientos.
Resulta claro,
entonces, que la expresión “en el secreto del trueno” se refiere al monte Sinaí
y al instante en que Dios pronunció el Decálogo con voz audible para todo el
pueblo. Moisés que se hallaba presente en aquella oportunidad, nos dice al
referirse a los 10 mandamientos: “Estas
palabras habló Jehová a toda vuestra congregación en el monte, de en medio del
fuego, de la nube y de la oscuridad, a gran voz; y no añadió más. Y las
escribió en dos tablas de piedra, las cuales me dio a mí” (Dt. 5.22).
Una ley perfecta
El Señor no añadió
más a su ley porque no lo necesitaba: era una ley perfecta. Después de
pronunciarla de manera que todo el pueblo la oyera, Dios la escribió por sí
mismo sobre 2 tablas de piedra, las que después fueron colocadas en el arca de
oro que se guardaba en el compartimiento del Tabernáculo llamado “El lugar
Santísimo”. Este lugar de culto se hallaba en el mismo centro del campamento de
Israel. Así también deben sus santos principios quedar grabados en el corazón
de sus hijos, tal como dice en 2 Corintios 2 y en Hebreos 8.
Después que el
pueblo oyó a Dios pronunciar los 10 mandamientos, se le indicó a Moisés que
subiera solo al monte y se allegara al secreto de la presencia de Dios. Al
hacerlo, recibió instrucciones y leyes adicionales relativas al culto de
Israel, a las distintas ceremonias y a los sacrificios, además se le indicaron
los principios de gobierno que regirían al pueblo.
Moisés escribió
todas estas leyes en un libro. De manera que fue desde “el secreto del trueno”
desde donde Dios pronunció los 10 mandamientos eternos. Y también desde allí
indicó las reglas que se aplicaban en forma particular al pueblo de Israel. Dijo
Jesús: “Porque de cierto os digo que
hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la
ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante
uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño
será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los
enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos” (Mt. 5:18,19).
La voz de Dios tiene sonido de trueno para los que se empeñan en no entenderla
A veces la voz de
Dios tiene el sonido del trueno para aquellos que se empeñan en no entenderla. Dijo
Jesús: “Padre, glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez. Y
la multitud que estaba allí, y había oído la voz, decía que había sido un
trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado” (Jn. 12:28,29).
Algunos de los
presentes oyeron las palabras; otros supusieron que había sido un trueno. Pero
era el Padre Eterno quien había hablado y Jesús entendió sus palabras. En
aquella hora de profunda necesidad y angustia, el Redentor oró fervientemente a
Dios, y el Señor le respondió “en el secreto del trueno”. En Apocalipsis se nos
dice que en el mismo fin del tiempo, la voz de Dios sonará a la manera de
trueno. Y en el capítulo 19:6 se anticipa el hermoso espectáculo que presentarán
los redimidos. Dice así: “Y oí como la
voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de
grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso
reina!” (Ap. 19:6).
Si entendemos bien
esta grandiosa verdad, ella nos sostendrá a través de todas las pruebas y
dificultades, sin duda alguna nos oirá. En medio del tumulto y la confusión que
nos rodea, él nos oye y nos responde “en el secreto del trueno”. Nos librará
del mal, y en este desierto de la vida no nos faltará el maná. Para nosotros
hará brotar agua de la peña. Porque él, el Maestro, el crucificado, el glorioso
resucitado, es para nosotros la eterna Roca que los siglos no podrán hacer
vacilar.
Si te acercas a él,
si lo buscas, si pones tu confianza en el que todo lo puede, podrás decir con
José A. Fránquiz:
Señor,
yo nunca me acerqué a tu lado
con
pena y dolor, sin que dijeras
a
mi alma atribulada una palabra,
una
de tus palabras, dulces, buenas…
Tú
nunca permitiste que si vine
con
ojos tristes, triste yo me fuera.
Algo
siempre tú hiciste por mi herida,
algo
siempre tú hiciste por mi pena.
Cuando
yo conversé contigo a solas
diciéndote
mis íntimas dolencias
tú
nunca te cansaste, y siempre oíste
las
palabras azules de mis quejas.
Fuiste
más que un hermano en mis dolores,
y
más que un amigo, fuiste en mis problemas;
siempre,
siempre, poniendo en mis ensueños
una
canción, un lirio y una estrella.
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GRATITUD
La voz de la Esperanza 1999